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lunes, 14 de marzo de 2011

Primeras experiencias cibernéticas

(mi intención inicial era hablar del "valor de la desconexión" y al final, como es habitual en mí, las disgresiones me han hecho irme por los cerros de Carrascoy. Así que esto se ha convertido en la primera entrega de una serie de no-sé-cuántas entregas que, lógicamente, he tenido que retitular).
Recuerdo mis primeras experiencias con un ordenador. En el colegio habíamos oído hablar de algo llamado ordenadores, e incluso se rumoreaba que habían traído 2 ó 3 "dragones" al cole. Pero en realidad, creo que llegué a verlos de lejos, y no recuerdo si los toqué, aunque mi frágil memoria quiere creer que sí.

Avancemos el tiempo unos años.

Mediaba la década de los 80 (¿1985, 1986?) y mis manos se posaron por primera vez sobre las teclas de un Sinclair ZX Spectrum, en clase de la asignatura EATP Informática (muchos años después descubrí que EATP = Enseñanzas y Actividades Técnico-Profesionales). En esa clase, un grupo de "raritos" nos enfrentábamos con unos 10 ordenadores o así. Además del Spectrum, teníamos otro modelo de ordenador: el Amstrad CPC 6128, que representaba un salto cualitativo en cuanto a la velocidad de carga de los programas. El Spectrum leía los programas desde una cinta de casete, y el CPC lo hacía desde un disco. Infinitamente más rápido. Sin embargo, había 8 Spectrum y 2 CPCs, así que era muy difícil pillar estos últimos libres.

Cada semana te tocaba sentarte en uno u otro dependiendo de la prisa que te dieras al entrar al aula, o de la asistencia que hubiese. A veces nos sentábamos en parejas, otras individualmente. Por algo, yo fui cogiendo "cariño" al CPC, y de alguna manera la gente asumía que la silla del rincón del CPC era mía. Sin embargo, de vez en cuando también me sentaba con un Spectrum. Así que aprendí a programar el BASIC de ambas máquinas, cosa que tampoco tiene mucho mérito porque eran parecidos, aunque las diferencias nos obligaban, afortunadamente, a calentarnos un poco la cabeza.

Un día, entraba con mis padres al Pryca Zaraiche, a comprar nuestra primera televisión en color de la que yo, con el dinero que había ahorrado trabajando de camarero, iba a pagar una parte, y nos abordó un vendedor de enciclopedias. Dos circunstancias habían creado el clima idóneo para comprar una enciclopedia: pasta y ansia.

1. Pasta.
Yo tenía dinero ahorrado. Trabajando los fines de semana en el bar, desde los 13 años, a 5.000 pelas el finde, tenía una cantidad que me parecía una fortuna. No era "algo de dinero". Era un pastón, desde mi infantil punto de vista. Podía permitirme pagar media tele y la enciclopedia la podía financiar sin problemas. El precio de la enciclopedia era de 100.000 pelas, redondeando.

2. Ansia.
Mi sensación de que NECESITÁBAMOS una enciclopedia en casa. Mi hermana y yo sabíamos lo que era usar y bucear en una enciclopedia, a pesar de en casa no nos podíamos permitir el lujo hasta entonces de adquirir una. Pero la Pepita, nuestra vecina, tenía una fantástica Larousse, que era nuestra ventana al mundo. Siempre estábamos pidiéndole algún tomo para hacer tal o cual trabajo para el colegio (que si la aviación, que si las plantas...). Nos maravillaba y sentíamos que allí estaba TODO lo que había que saber. Como devoradores natos que éramos de libros, de la Larousse habíamos digerido una gran parte, y nos encantaba su sabor. Pero siempre teníamos que andar pidiéndola prestada. Nos apetecía tener la nuestra propia.

Pero hubo dos factores que allí, en la puerta del Pryca, resultaron decisivos para que adquiriésemos el "Diccionario Enciclopédico Salvat". Cuando el vendedor presumía de que aquí estaba "toda la información de los pueblos de España", mi madre soltó:

- Ya, bueno, no sé. Seguro que mi pueblo no sale



El vendedor contraatacó:
- ¿Cómo que no? Seguro que sí. ¿Tiene ayuntamiento propio o es pedanía?

- Tiene ayuntamiento

- Entonces sale, seguro.

- No creo. Busca.

Efectivamente, allí estaba: 185 habitantes. Tres escasas líneas. Pero salía. Punto (mejor, puntazo) para la Salvat y el vendedor, y cura de humildad para mi madre y, para qué negarlo, también para mí que no esperaba que Laroya apareciese allí. La Salvat ya tenía la mitad de mi corazón

Pero es que además, y este fue el segundo factor, con la enciclo venía de regalo... (chachán...) ¡¡un Spectrum!! Jooooooder, iba a ser mi oportunidad de tener un ordenador propio. ¡Compramos, compramos, compramos!

(continuará)

Imagen: una foto del pueblo que tomé en septiembre de 2007, adonde había ido a disfrutar las fiestas de San Ramón Nonato (31 de agosto).

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