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jueves, 29 de septiembre de 2016

Visita al Carmen del Campillo

Ya tenía ganas de conocer este sorprendente ¿bar / tetería / cafetería / heladería...?, pues había oído hablar mucho de él pero nunca había ido. Es el Carmen del Campillo, una casa morisca (como ellos se autodefinen) cerca de Crevillente.

Es cierto eso de que llegar está un poco complicado, pero merece la pena el esfuerzo.



Jardines bien cuidados, ambiente natural, rincones escondidos por todas partes, agua corriendo, yeserías islámicas, azulejos... Se reactiva la parte morisca del ADN que tenemos los habitantes de estas tierras, y no es para menos.

Una maravilla de lugar, un placer para los sentidos y una tarde estupenda en buena compañía. ¿Se puede pedir más?



Bueno sí, pero eso ya es otra historia.

Que os conozco, golfos.

viernes, 2 de septiembre de 2016

Piezas de mi puzzle musical

La música es una de mis necesidades básicas. En mi particular pirámide de Maslow ocupa el nivel inferior, junto con la comida, la bebida, la ropa o la conexión wifi. Al fin y al cabo, el ser humano ha estado acompañado de la música desde hace miles de años, así que algo de necesidad fundamental tendrá, ¿no?



Quizás sea aquello que decía Diana Uribe: "El alma está codificada musicalmente". O algo así.

Pero, ¿cuándo comenzó mi relación con la música? ¿Qué he estado oyendo desde entonces? Joaquín me soltó un día "dime lo que escuchas y te diré quién eres", y me pareció una frase plena de sentido, así que voy a intentar repasar, aunque sea someramente, la música que me ha ido acompañando durante las diferentes etapas de mi vida. A ver si así descubro quién soy.

Miro hacia atrás intentando recordar cuál fue mi primer contacto con la música y la imagen más remota que se me viene a la cabeza es la de mi madre cantando coplas mientras tiende la ropa en el patio o limpia los cristales de las ventanas de las habitaciones. Por tanto, puedo decir que las primeras canciones que soy consciente de haber oído son coplas. Visto ahora en retrospectiva no me extraña, siendo mis dos progenitores andaluces y, aunque ninguna de las dos familias contaba entre sus filas con ningún músico, tanto mi padre como mi madre eran aficionados a tararear habitualmente a Manolo Escobar, Juanito Valderrama, Rocío Jurado, Antonio Molina y muchos otros clásicos de la canción española y la copla, así que empecé a crecer acostumbrándome a esas canciones.

En particular, recuerdo una cassette de Antonio Molina que nos gustaba mucho a mi hermana y a mí, y sobre todo una canción, Mi Niño Chiquito, que me hacía gracia (imagino que, de alguna manera, nosotros nos identificábamos con aquel niño chiquito). Esa canción me la sabía de pe a pa, incluso hoy sería capaz de recitar la mayor parte de la letra con los ojos cerrados. Son esas curiosidades de la memoria, no recuerdo qué comí la semana pasada pero sí la letra de una canción que no habré oído en más de 30 años. Lo mismo me ocurre con muchas canciones de esa cinta. Y seguro que a mi hermana también.

En esa época (principios de los años 1980) me sucedió una anécdota graciosa con esa canción. Eran las fiestas del pueblo, con la verbena típica amenizada por la también típica orquesta de pueblo. En un momento dado, la orquesta hizo una pausa para descansar (y, de paso, beberse algunos cubatas) y alguien de la comisión de fiestas tomó el micrófono y comunicó a los niños que si alguno se atrevía a subir al escenario y cantar una canción, se llevaría un premio. Mi familia no estaba para muchas fiestas en lo económico por aquel entonces, así que no iba a dejar yo escapar la oportunidad de pillar un premio de manera totalmente gratuita. Ni corto ni perezoso, y antes de que el organizador terminara de hablar, me lancé a las escaleras, subí los escalones de dos en dos, casi tropezándome y me puse delante del micrófono. Cuando me vi allí, durante un momento no supe qué cantar, pero enseguida me vino Antonio Molina a la memoria y... ¡voilà! Mi Niño Chiquito salió de mi garganta con todas las ganas de que era capaz. Imagino que no sería nada especial mi forma de cantar, pero a mí me valió aquella canción por un premio fantástico: UN BALÓN DE REGLAMENTO. Así que bendita la hora en que aquella cassette llegó a mi casa. Durante varios días me sentí un artistazo.

No quiero alargarme más, así que es posible que en el futuro dedique otras entradas a escribir sobre otras piezas que han compuesto el puzzle musical de mi vida. Como soy un promiscuo desvergonzado en muchos aspectos de la vida, y lo musical no iba a ser una excepción, creo que la imagen final que me saldrá del puzzle será muy colorida. Ya veremos.

De momento, os dejo aquí el vídeo de una paisana que he descubierto precisamente ¡hoy! y que me ha dejado flipado con el pedazo de vozarrón que tiene: potencia, garra, elegancia y un estilazo que ya quisieran muchos. Para quitarse el sombrero, el peluquín y hasta el cráneo.


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