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miércoles, 9 de diciembre de 2015

Las listas y el efecto Zeigarnik

Un consejo que suele repetirse en los métodos de productividad personal, de gestión del tiempo, de organización, de gestión de proyectos y muchos otros es el de realizar listas, con más o menos variantes sobre cómo utilizarlas. Y no es extraño; se ha demostrado que las listas tienen varias ventajas. El método GTD, por ejemplo, las recomienda, aunque no al tuntún, sino con ciertas características y principios (convertir las listas de "cosas", en listas de "acciones", por ejemplo). Yo las utilizo muchísimo en mi propia versión del GTD que aplico desde hace un par de años aproximadamente, y he de reconocer que me funcionan bastante bien.

Foto 1: Un tablero kanban. Fuente: Wikipedia.
 
Algunas herramientas de apoyo a la gestión de proyectos como los tableros Kanban utilizan un sistema en el que se trabaja con varias "listas", aunque allí se llamen con sus propios nombres (la pila [backlog], las tareas pendientes / en curso / hechas, o sus divisiones...).Y una serie de reglas y principios para gestionar esas listas y los movimientos de tareas de una a otra. Pero listas, al fin y al cabo.

Albert Espinosa, en El Mundo Amarillo, también decía algo parecido:

"...cómo voy ordenar los conceptos. Pues a través de una lista. 
Creo en las listas, me encanta. Soy ingenierio industrial, de ahí
que ame los números y si amas los números amas las listas."

En fin, que las listas son muy útiles, si se utilizan con un buen método, (ojo: por sí solas no valen mucho, pero con una metodología asociada, son un elemento clave). Mal usadas pueden ser "una mancha amorfa de cosas imposibles de hacer" (David Allen, Organízate con eficacia).

Es algo reconocido y muy estudiado que cuando uno apunta en una lista las tareas pendientes, por ejemplo, o las cosas que hay que comprar, la mente descansa. Mientras tenemos conciencia de que tenemos algo pendiente, algo que recordar, hay un runrún que nos va dando vueltas por la mente poco a poco, sin permitirnos descansar del todo. Esto al final se traduce en estrés, ansiedad y, a veces, en olvidos que pueden ser problemáticos. En palabras de Kerry Gleeson:

Esta preocupación constante e improductiva que 
experimentamos por todo lo que tenemos que hacer 
es lo que más tiempo y energía consume.

Pues bien, la semana pasada me explicaron que eso tiene un nombre: se llama efecto Zeigarnik, llamado así por el apellido de la psicóloga que lo estudió y describió formalmente. Básicamente, consiste en que tendemos a recordar mucho más aquellas cosas que tenemos pendientes que aquellas que ya hemos hecho. Por eso los camareros recuerdan mucho mejor lo que les han pedido y aún no han servido que aquello que ya han llevado a la mesa. O al menos eso dicen los experimentos. Está claro que el efecto Zeigarnik tiene un efecto positivo (el camarero puede ser más eficiente), pero también tiene una contraparte negativa, dándole vueltas innecesariamente a un asunto, hasta acabar mentalmente exhaustos.

Así que ya sabes: si quieres descansar la mente, anota las cosas que tienes en la cabeza y no te verás como el de la foto.

 Foto 2: Mono pensador. Fuente: Wikipedia.

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