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jueves, 20 de febrero de 2014

Supermán de las nieves

La nieve está congelada a primera hora de la mañana, debido al frío nocturno. Más que nieve, los esquíes parecen deslizarse sobre hielo. Alex se acerca al borde de la pista y deja escapar, casi sin querer, un suspiro de ansiedad. Tras unos segundos de acojone, se lanza en una diagonal que forma un ángulo de poco menos de noventa grados contra la pendiente del valle. De esa forma, casi no adquiere velocidad y puede controlar el deslizamiento sin problemas. Pero a los pocos segundos ha llegado a la orilla izquierda de la pista. Y es ahí cuando comienza su calvario. Sabe que tiene que dar la vuelta y no utilizar mucho tiempo en ello. Durante unas décimas de segundo, los esquíes mirarán hacia el fondo del valle, y ahí empezará a acelerarse, y mucho más en una pendiente tan pronunciada. Así que traga saliva y comienza el giro.


Enseguida se embala y cae al suelo. Pero al contrario de lo que le suele ocurrir habitualmente, que suele detenerse tras unos cinco y seis metros de arrastre, en esta ocasión, debido a la pronunciada pendiente, comienza a deslizar hacia el valle de una forma que parece que nunca va a detenerse.

Diez metros...

...veinte...

...treinta...

Le da tiempo incluso a pensar en cómo podría detenerse. Ha caído con la cabeza y los brazos lanzados adelante, hacia el valle, y los pies hacia atrás, como un supermán de las nieves que volara a ras de suelo. Intenta detenerse clavando los esquíes en la nieve pero no lo consigue, la nieve está demasiado dura. Poco a poco percibe cómo se va desplazando ligeramente a la derecha, acercándose a la valla que lo separa del precipicio. No teme caer por él, pues confía en que la valla, aunque débil, será suficiente para detenerlo, pero no puede evitar agobiarse un poco. La caída se prolonga durante unos ciento cincuenta o doscientos metros, no está seguro, y dura al menos treinta segundos o algo más. Esto, que podría parecer una minucia, a él se le ha hecho eterno, y más contando con que ninguna de sus caídas hasta ahora le había provocado un arrastre durante más de unos tres o cuatro segundos.

Por fin se detiene, y decide no intentar el descenso de nuevo. En lugar de ello, se dirige a la clase, que está a punto de comenzar, y le cuenta al profesor que ha intentado descender la pista negra, la olímpica, y que se ha caído. El profesor le dice que lo intentarán juntos otro día, el profesor guiando delante, y Alex siguiendo sus surcos, su estela, de modo que la estela del profesor le sirva de guía y orientación. Será una estela que ilumine su camino, una estela a la que seguir y aferrarse, a ver si así consigue superar la dichosa pista sin caerse. Alex se siente animado con la idea y en ese momento se le ocurre componer un haiku cutre que, no obstante, sirve para darle ánimos.

Nieve de piedra 
Imparable deslizar
Estela de luz 

Esa noche, Alex duerme soñando con la pista negra.

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