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lunes, 16 de junio de 2014

Un día revuelto, un Mar Menor redescubierto

La semana pasada contaba cómo me fue en mi primer día de buceo libre de este año (enlace aquí).

Pues resulta que ayer, queriendo repetir faena, también fui a ver qué había por esas aguas de nuestro querido Mediterráneo. Pero, hete ahí que al llegar me encuentro un viento de levante que soplaba con fuerza y que en mi cala preferida, Cala Fría (Cabo de Palos), se levantaba un oleaje "que pa qué".

Sí, a mí también me parece la señal un chiste. Malo, pero de los que no puedes evitar reírte

Por los alrededores, la situación era parecida

Con ese oleaje, se va a meter en el agua Rita

La verdad es que, aunque fastidie un poco no poder meterse en el agua en esas condiciones, el espectáculo de la naturaleza que forman las olas y las rocas es impresionante. Y esto también se puede disfrutar. Ya sabéis: la belleza está en los ojos del que mira. Unas imágenes para ilustrar lo que digo:






Paseando un poco por la zona, descubrí que hay una cala diametralmente opuesta a Cala Fría donde la situación era todo lo contrario. Esta cala se llama, según Google Maps, "cala del Muerto", y según Bing Mapas, "cala de la Escalerica". Este último nombre le pega muy bien, ya que hay una escalerica que baja desde el acantilado hasta el agua, muy bonita (una pena, no hice fotos, pero en OpenStreetMap está dibujada la escalera, aunque allí la cala no tiene nombre).


En esta cala de la escalerica la situación era totalmente distinta: el agua estaba en calma, y la mayoría de los clubs de buceo que suelen hacer sus inmersiones en Cala Fría se habían ido para allá. También había allí varios bañistas que se habían congregado huyendo del viento y del oleaje de las calas cercanas. Buenas condiciones acuáticas, pero saturada de gente.

A la derecha se ven los barcos de las escuelas de buceo que se apañaron en la cala de la Escalerica

El caso es que como ya que estábamos muy cerca de La Manga, decidimos asomarnos a las playas que dan al Mediterráneo, encontrándonos con un panorama parecido: fuerte oleaje e incluso un poco de frío, cosa que invitaba poco a zambullirse. ¿Opción? Pues... aunque no era nuestra primera idea, vayámonos al Mar Menor, que sólo hay que andar unos pocos pasos hacia el otro lado. Así que nos fuimos a una playa cercana a la Isla del Ciervo, isla que está en el Mar Menor.

¡Qué diferencia! Calma chicha y calor del que empuja a tirarse (bueno, mejor que "a tirarse", digamos que invitaba "a meterse", ya que con la poca profundidad que tiene el Mar Menor, si uno "se tira", seguro que se queda clavado en el fondo). Pero lo más agradable fue que al entrar en el agua, me sentí como en El Caribe, un gusticooooo, aaarrggghhh, agua calentica, pero sin llegar a ser "caldo", en fin, un agua PERFECTA. A mí es que lo de meterme en el agua se me hace muy difícil cuando ésta está un poco fría. Sí, blanducho que es uno.

Y allí me dediqué a bucear. Y, en contra de lo que me esperaba, me sorprendió el paisaje subacuático. La profundidad era mínima, la verdad, creo que en ningún momento llegó a más de 1,5 metros. A veces temía que iba a rozar mi barriga con el fondo. También es verdad que peces vi muy pocos, poquísimos. Pero en cambio pude disfrutar de un montón de otras cosas con las que no había contado: unas pequeñas praderas de algas, un montón de caracolas (cornetas, Hexaplex Trunculus), pepinos de mar (holoturias), y un montón de ostras. Una de las ostras era más grande que un palmo mío, o sea, que tendría alrededor de unos 30 cm o incluso algo más. Lo que más me llamó la atención es que muchas de estas ostras estaban clavadas en el suelo, en vertical, como si fueran una lechuga plantada en la tierra. Curioso.

Mira tú por dónde, aunque al principio el día parecía que se había fastidiado con la ventolera, resulta que al obligarnos a cambiar el destino previsto, nos encontramos con un montón de cosas diferentes que, de no haber sido por el "mal tiempo", quizás no hubiera visto, pues parece que uno siempre espera ver paisajes más espectaculares en el mar abierto que en el Mar Menor.

La lección: que hay que aprovechar las cosas como vengan. E intentar convertir lo que en principio puede ser una situación desagradable en una experiencia gratificante.

O, como decía mi bruja: si la vida te da la espalda, tócale el culo.

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