Las pocas veces que he oído hablar de
Corín Tellado (por cierto, ¿qué clase de nombre es Corín? ¿Es un tío o una tía?
Espero que sea una tía.) había sido dejando sus habilidades literarias a la
altura del césped. Vale, no seré yo quien vaya a sacarlas de ahí, pero también
sería injusto negar que el otro día decidí que había que leer algo de ella (sí,
es una tía, lo supe en cuanto empecé a leerla) para hablar con conocimiento de
causa.
El caso es que el día de año nuevo
amanecí en casa de mis padres (esto no es tan patético como puede sonar en
apariencia). La de Nochevieja había sido una noche divertida, llena de baile
(¡yo, bailando!) con chicas guapas... ¡qué coño!... baile con tías buenas, y de
disfrute de los generosos escotes de “la zona silicona” del Plaza 3, minifaldas
de vértigo, palabras dichas con un delicioso acento búlgaro femenino y alguna
que otra copa de más. En fin, lo suficiente para no dar por perdida la noche.
Tampoco nada del otro mundo, para ser fieles a la verdad.
Una vez despierto, me asomé a uno de los
cinco armarios llenos de libros que mi madre aún tiene que soportar por mi
afición a no desprenderme de ellos bajo ningún concepto. Vale, ya sé que esto
es ser un mal hijo, lo de tener aún los enredos por allí, pero poco a poco me
los estoy llevando a mi casa, en serio. Siempre he coleccionado todos los
libros que han caído en mis manos, y algunos vecinos hasta me han llevado cajas
de libros cuando han tenido la sensatez de deshacerse de ellos, pero el
remordimiento les impedía tirarlos a la chimenea o directamente a la basura.
El caso es que, ojeando por allí, me
apetecía subirme a la terraza y tumbarme un ratico al sol, a gozar simplemente
con sus rayos, dejándolo que me fuera recociendo poco a poco, en la tumbona, agghhh,
qué gustito... Para acompañar tamaño éxtasis, qué mejor que leer cualquier
cosica ligera. Así que me concentré en encontrar el libro más pequeño que
pudiera ver en las estanterías, y apareció “Nunca quise vivir esto”, de Corín
Tellado. Yo pensaba que iba a ser una novela ambientada en el oeste o algo así,
pero no. Abrir la primera página y ver que la historia comienza con la palabra
“Chamartín”, refiriéndose a la conocida estación de tren de Madrid fue lo que
me hizo devorar la novela en unas pocas horas ese mismo día. Más de la mitad
antes de comer, y el resto en un ratico por la tarde.
Vale, ahora sé que la calidad literaria
es de puta pena, y, sin embargo, no le diría a nadie que no se las lea. Estas novelas
tienen “algo”. Y aunque la historia es un dramón (con final feliz, eso sí) y la
prota las pasa putas (y nunca mejor dicho) uno no puede evitar terminar de
leerla con una sonrisa condescendiente mientras suspira pensando: ¡Ay, por
favor, y pensar que hay a quien le gusta esto! (como si yo mismo no acabara de
devorarla).
A partir de aquí quien siga leyendo se
encontrará la historia destrozada, así que avisados estáis.
Spoiler:
El libro relata las andanzas y
desventuras de Maggy, una chica de provincias (de Conil, concretamente) en la
capital del reino. Ya sabéis, “las que tienen que servir” que a veces también
tienen que hacer otras cosas para sobrevivir.
Algunas perlas encontradas en su interior
dan indicios de la “salud y decencia moral” de la autora, o de la época (no
tengo muy claro quién manda aquí):
(cap. IV): “Fue, dígase así, el desengaño
más triste de su vida, porque al fin y al cabo los hombres ya sabía ella lo que
podían querer, pero aquella señorita tan fina llamada Leonor... [...] se notaba que la señorita no tenía demasiado
pudor con una persona de su sexo [...] Lo ocurrido después fue sorprendente
para Maggy [...] Era lesbiana [...] Ella era una trabajadora, pero decente. Y
no entendía ni admitía tales cochinadas”
(El subrayado es mío). Claro, cómo se iba a esperar esa
“cochinada” de una señorita llamada Leonor. Si al menos se hubiera llamado...
¿cómo quería que se llamara una lesbiana?
Sin embargo, otro personaje tiene una
mentalidad mucho más moderna (pero claro, este es un tío):
(cap. VIII): “ -Bueno, perdona. Es que yo
no tengo prejuicios de ningún género, ni soy machista. -Ah [...] -Tú eres una
joven con prejuicios... Con esa puritana dignidad mal entendida siempre [...]
yo en ese sentido no me considero un reprimido y acomplejado español. Yo tengo
mentalidad libre, alemana, y nunca digo de mi pareja que sea mi amante”.
Se ve que la palabra amante sonaba fatal
por entonces. Y la mentalidad alemana debía de ser la repera. Nada con la
mentalidad de los acomplejados “aspañoles”.
(cap. IX): “...permíteme que te diga que
estás equivocada. Poseemos un cuerpo para disfrutar de él [...] Te falta
educación sexual”.
“parecía tan tranquilo. Como si no
acabara de proponerle un concubinato”
¡Agh, mon Dieu, un concubinato! ¡Qué tío
más golfo!
(cap. XI): (La chica acaba de decirle que no es virgen). “Estás virgen. La mente es la
que se desvirga. El cuerpo es anatómico lógicamente y forma parte de partículas
físicas”
WTF?? ¿Me lo repita?
“El cerebro y la siquis es la que manda
en la carne”
(respeto la gramática original aunque sea
“rarita”).
“Me gusta hacer el amor cuando me
calienta el sol [...] Maggy... ¿sabes? ¿Sabes? No, qué vas a saber. Pero lo
sabrás en seguida.
Y lo supo.
¡De qué modo!”
Bueno, me quedaré con ganas de saber qué
supo.
Al terminar, busqué la fecha de la
edición pensando que sería de los años 40 o 50 como mucho, y me sorprendió
encontrarme que se había editado ¡en 1983! Impresionante.
En fin, que os aseguro que me he
divertido mucho leyéndolo, y como el libro es finico, se despacha en una tarde, así que si nunca habéis
leído nada de esta autora, aprovechad esta oportunidad, que de todo tiene que
haber en la viña del Señor.
muy gracioso, me sentí identificado con el hecho de que también me hago la pregunta ¿quién lee esto? y si, soy fan de Corin.
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