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jueves, 26 de enero de 2012

Encuentra el trébol de cuatro hojas...

...para ver si es verdad lo de que dan suerte


Lugar: carretera de Ojós a Ricote, con vistas al Desfiladero del Solvente, y un cortijo abandonado que aún resiste.


miércoles, 25 de enero de 2012

Para los momentos bajoneros

Pues eso. Gracias a A por enviar una canción tan chula, que no por conocida deja de ser fantástica.

Nunca me había parado detenidamente a leer la letra completamente, pero es una maravilla. Sirve para coger energías si uno está un poco "depre".

Recomiendo oírla y leerla.

martes, 24 de enero de 2012

Marzo negro

Pues eso. Harto de que me insulten, me uno a esta iniciativa. Tampoco es la solución definitiva para nada, pero creo que les podemos dar un pequeño sustico.


martes, 10 de enero de 2012

Un título con segundas


Alguien dijo de mí una vez, con más buena intención que acierto, que yo era un “ángel zocato” (bueno, en lo de zocato sí que acertó). Así que mi Reina Maja particular, buscándome un apropiado regalo de Reyes, no pudo evitar lanzarse sobre este libro y dedicármelo, al leer el título: “El ángel más tonto del mundo”. Sí, ya sé que debería sentirme ofendido, pero no es así por que sé que lo ha hecho con la mejor intención.

Otro libro que se despacha rápido, rápido. Aunque este requiere un par de días, o tres. Pero es una verdadera gozada. Al autor se le va la olla un poco, pero cuando escribe tan humorísticamente eso no te importa. De hecho, es lo que hace que te guste más. Un relato humorístico de Navidad en un pequeño pueblo californiano, con zombis intentando sorber sesos (e incluso consiguiéndolo en algún caso), treintañeros y cuarentones montándoselo (ya os oigo: ¡sííííííí, seeeexxxxoooo!!!) en el cementerio, y un ángel que parece Terminator en lo físico (por su forma de recuperarse ante un atropello), que no en lo inteligente, enviado por el cielo, y que resulta ser “El ángel más tonto del mundo”.

Leed, leed, malditos.

Y reíd, reíd, malditos.

Una novela de Corín Tellado



Las pocas veces que he oído hablar de Corín Tellado (por cierto, ¿qué clase de nombre es Corín? ¿Es un tío o una tía? Espero que sea una tía.) había sido dejando sus habilidades literarias a la altura del césped. Vale, no seré yo quien vaya a sacarlas de ahí, pero también sería injusto negar que el otro día decidí que había que leer algo de ella (sí, es una tía, lo supe en cuanto empecé a leerla) para hablar con conocimiento de causa.

El caso es que el día de año nuevo amanecí en casa de mis padres (esto no es tan patético como puede sonar en apariencia). La de Nochevieja había sido una noche divertida, llena de baile (¡yo, bailando!) con chicas guapas... ¡qué coño!... baile con tías buenas, y de disfrute de los generosos escotes de “la zona silicona” del Plaza 3, minifaldas de vértigo, palabras dichas con un delicioso acento búlgaro femenino y alguna que otra copa de más. En fin, lo suficiente para no dar por perdida la noche. Tampoco nada del otro mundo, para ser fieles a la verdad.

Una vez despierto, me asomé a uno de los cinco armarios llenos de libros que mi madre aún tiene que soportar por mi afición a no desprenderme de ellos bajo ningún concepto. Vale, ya sé que esto es ser un mal hijo, lo de tener aún los enredos por allí, pero poco a poco me los estoy llevando a mi casa, en serio. Siempre he coleccionado todos los libros que han caído en mis manos, y algunos vecinos hasta me han llevado cajas de libros cuando han tenido la sensatez de deshacerse de ellos, pero el remordimiento les impedía tirarlos a la chimenea o directamente a la basura.

El caso es que, ojeando por allí, me apetecía subirme a la terraza y tumbarme un ratico al sol, a gozar simplemente con sus rayos, dejándolo que me fuera recociendo poco a poco, en la tumbona, agghhh, qué gustito... Para acompañar tamaño éxtasis, qué mejor que leer cualquier cosica ligera. Así que me concentré en encontrar el libro más pequeño que pudiera ver en las estanterías, y apareció “Nunca quise vivir esto”, de Corín Tellado. Yo pensaba que iba a ser una novela ambientada en el oeste o algo así, pero no. Abrir la primera página y ver que la historia comienza con la palabra “Chamartín”, refiriéndose a la conocida estación de tren de Madrid fue lo que me hizo devorar la novela en unas pocas horas ese mismo día. Más de la mitad antes de comer, y el resto en un ratico por la tarde.

Vale, ahora sé que la calidad literaria es de puta pena, y, sin embargo, no le diría a nadie que no se las lea. Estas novelas tienen “algo”. Y aunque la historia es un dramón (con final feliz, eso sí) y la prota las pasa putas (y nunca mejor dicho) uno no puede evitar terminar de leerla con una sonrisa condescendiente mientras suspira pensando: ¡Ay, por favor, y pensar que hay a quien le gusta esto! (como si yo mismo no acabara de devorarla).

A partir de aquí quien siga leyendo se encontrará la historia destrozada, así que avisados estáis.

Spoiler:

El libro relata las andanzas y desventuras de Maggy, una chica de provincias (de Conil, concretamente) en la capital del reino. Ya sabéis, “las que tienen que servir” que a veces también tienen que hacer otras cosas para sobrevivir.

Algunas perlas encontradas en su interior dan indicios de la “salud y decencia moral” de la autora, o de la época (no tengo muy claro quién manda aquí):

(cap. IV): “Fue, dígase así, el desengaño más triste de su vida, porque al fin y al cabo los hombres ya sabía ella lo que podían querer, pero aquella señorita tan fina llamada Leonor... [...]  se notaba que la señorita no tenía demasiado pudor con una persona de su sexo [...] Lo ocurrido después fue sorprendente para Maggy [...] Era lesbiana [...] Ella era una trabajadora, pero decente. Y no entendía ni admitía tales cochinadas

(El subrayado es mío). Claro, cómo se iba a esperar esa “cochinada” de una señorita llamada Leonor. Si al menos se hubiera llamado... ¿cómo quería que se llamara una lesbiana?

Sin embargo, otro personaje tiene una mentalidad mucho más moderna (pero claro, este es un tío):

(cap. VIII): “ -Bueno, perdona. Es que yo no tengo prejuicios de ningún género, ni soy machista. -Ah [...] -Tú eres una joven con prejuicios... Con esa puritana dignidad mal entendida siempre [...] yo en ese sentido no me considero un reprimido y acomplejado español. Yo tengo mentalidad libre, alemana, y nunca digo de mi pareja que sea mi amante”.

Se ve que la palabra amante sonaba fatal por entonces. Y la mentalidad alemana debía de ser la repera. Nada con la mentalidad de los acomplejados “aspañoles”.

(cap. IX): “...permíteme que te diga que estás equivocada. Poseemos un cuerpo para disfrutar de él [...] Te falta educación sexual”.
“parecía tan tranquilo. Como si no acabara de proponerle un concubinato”

¡Agh, mon Dieu, un concubinato! ¡Qué tío más golfo!

(cap. XI): (La chica acaba de decirle que no es virgen). “Estás virgen. La mente es la que se desvirga. El cuerpo es anatómico lógicamente y forma parte de partículas físicas”

 WTF?? ¿Me lo repita?

“El cerebro y la siquis es la que manda en la carne”
(respeto la gramática original aunque sea “rarita”).

“Me gusta hacer el amor cuando me calienta el sol [...] Maggy... ¿sabes? ¿Sabes? No, qué vas a saber. Pero lo sabrás en seguida.
Y lo supo.
¡De qué modo!”

Bueno, me quedaré con ganas de saber qué supo.

Al terminar, busqué la fecha de la edición pensando que sería de los años 40 o 50 como mucho, y me sorprendió encontrarme que se había editado ¡en 1983! Impresionante.

En fin, que os aseguro que me he divertido mucho leyéndolo, y como el libro es finico, se despacha en una tarde, así que si nunca habéis leído nada de esta autora, aprovechad esta oportunidad, que de todo tiene que haber en la viña del Señor.

Ensalada de ortigas

Tras los excesos gastronómicos navideños, nada mejor que una buena ensalada para ir recuperándonos. Así que me acerqué a las macetas de mi balcón, tijera en mano, e hice una colecta de todas las ortigas que habían nacido por varias de ellas. Se ve que diciembre es el mes idóneo para las ortigas, aunque a lo mejor es por las primaverales temperaturas que está haciendo este diciembre.

El caso es que sobre un "lecho de ortigas" (¡qué moelno, sueno como el Ferrán Adriá, ¿a que sí?) corté un huevo cocido que me quedaba en la nevera, un poco de maíz, champiñón de lata, unos pepinillos, una lata de bonito del norte y unas olivas rellenas. Después lo sazoné con tomillo a tutiplén, mucho aceite y mucho vinagre.

Me quedó exquisita. ¿Qué presentación os gusta más, antes de removerla, o después?


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