Siempre he creído que la mejor forma de consumir los mejillones es al vapor, con un buen chorrico de limón y un poco de pimienta. El invento ese del escabeche, aunque comestible, no me termina de convencer. Me suele dar ardor, así que últimamente intento no comerlos cuando van en esa salsa.
En el puerto de Santander, los mejillones se aferran a los cimientos de un paseo marítimo por el que desfilan los transeúntes, ajenos al deterioro que poco a poco van causando miles de mejillones, aferrados allí durante días, semanas, meses, años... Me recuerdan los primeros versos de la canción de Pedro Guerra, alterando ligeramente la letra (...debajo del puente en el muelle, hay un millón de mejillones...). Poco a poco, hasta la piedra se desgasta. ¿Cuánto aguantarán estos cimientos?
A veces, nuestras (mis) convicciones van siendo minadas con el paso de los años por la acción lenta y callada de nuestras circunstancias (¿a que sí, Ortega?). Un día, de repente, nos levantamos y vemos que nuestras creencias ya no son lo que eran, que NOSOTROS no somos lo que éramos. A mí me ha pasado con dos o tres cosas: la religión, el amor, la inercia vital...
¿Y a vosotros? ¿Cómo os gustan los mejillones? (Chistes fáciles no. O sí, ¿qué más da? Eso también se ha minado)
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