Mujeres hay muchas, toma obviedad de obviedades. Pero eso es para vosotros, pobres mortales, que no habéis conocido a la única que merece llevar ese nombre. Si lo hubierais hecho, sabríais que no hay más que una mujer, al menos a la que uno pueda referirse con esa palabra y, a pesar de ello, no quede el más mínimo resquicio de duda. Ella es LA MUJER. El hecho de que yo sea, en vuestra limitada definición, otra mujer, no cambia para nada la descripción. He conocido a otras que pretendieron definirse así, pero siempre eran pálidos reflejos de las cualidades que diferenciaban a LA MUJER. Cualquier otra no era más que una sombra a su lado, no había comparación posible. No tenía sentido pensar en comparaciones.
Me refiero a que ella sabía ser LA MUJER en todo lugar y circunstancia. Daba lo mismo que estuviera en una reunión de Tupperware con las vecinas, en una cafetería de Almería con amigos de ambos sexos, en una sesuda y masculinizada conferencia de matemáticas en la Universidad de Granada, en una sofisticada cena de gala en casa de algún político nacional o en la sórdida cama de una pensión en La Coruña. Siempre sabía mantener el tipo, adaptarse al contexto. No rechazaba ninguno de estos ámbitos, todo lo disfrutaba, se implicaba al máximo en lo que estuviera haciendo. Decía que había que descubrir, buscar, que luego sería tarde, y que todas las experiencias contaban. Que cada día contaba, que había que beberse la vida a sorbos.
Beberse la vida a sorbos. Como aquel café que nos tomamos el lunes pasado. Ella, café con leche. Yo sólo, sin azúcar. Amargo preludio de un amargo trago que ambas sabíamos que teníamos que pasar. Ella me miraba directamente, y yo no podía aguantarle la mirada. No era que me sintiera cohibida, ni asustada, ni tímida. ¿Timidez? Después de lo que llevábamos, eso estaba fuera de lugar. Era... otra cosa. Quizá saber que aunque las dos fuéramos una a veces, yo no llevaba el nombre de mujer más que por un mero capricho de la biología. Ella, sin embargo... era LA MUJER. A mí me gustaba eso. Y a ella. Las dos disfrutábamos, habíamos asumido satisfechas nuestros respectivos papeles.
Dio otro sorbo a su café.
- Sabes de qué quiero hablarte, ¿verdad?
- Sí. Bueno -un atisbo de duda esperanzada-, me lo imagino. Creo...
- Sí, pues eso. ¿Qué me dices tú?
Otro sorbo. Un poco más largo que el anterior. Se terminó el resto del contenido de su taza.
- Estoy de acuerdo.
Después de esto le di un beso apresurado, en la mejilla, despidiéndome. En cuanto salió de la cafetería me precipité al baño.
No la he vuelto a ver desde el lunes. No nos veremos. Sé que encontraré a otra, o esa otra me encontrará a mí, qué más da. Ahora mismo me da igual. Mujeres hay muchas.
MUJER, sólo existía ella.
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Foto: Danaide en el casino de Murcia. Después de la reforma ha quedado impresionante. Recomendado.
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